En América Latina y el Caribe, el automóvil ha ganado un protagonismo indiscutible en la vida diaria de millones de personas. Aunque los autos son percibidos como un símbolo de estatus y libertad, el auge de su uso en nuestras ciudades está profundamente entrelazado con las dinámicas de urbanización, la falta de alternativas de transporte eficientes y una cultura que prioriza el transporte privado sobre el colectivo. Como ingeniero especializado en la planeación de proyectos de transporte urbano, es crucial entender las razones detrás de esta dependencia del automóvil para poder diseñar soluciones que promuevan una movilidad más sostenible y equitativa.
Históricamente, la expansión descontrolada de las ciudades en América Latina, conocida como urbanización dispersa, ha generado áreas metropolitanas altamente dependientes del automóvil. Ciudades como Ciudad de México, Sao Paulo y Buenos Aires experimentaron un crecimiento explosivo en el siglo XX sin una planificación adecuada que fomentara la densificación ni un desarrollo del transporte público de calidad. Esta dispersión ha generado largas distancias entre los lugares de residencia, trabajo y servicios, haciendo del automóvil una opción conveniente para quienes pueden permitírselo. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), más del 80% de la población de América Latina vive en ciudades, muchas de las cuales carecen de infraestructura de transporte integrada y eficiente.
Otra razón clave es la deficiente oferta de transporte público. En muchas ciudades de la región, los sistemas de transporte masivo no cubren todas las áreas urbanas, son ineficientes o inseguros. Un estudio de la Asociación Latinoamericana de Sistemas Integrados y BRT (SIBRT) revela que menos del 30% de los habitantes de las principales ciudades latinoamericanas tiene acceso a un transporte público eficiente. Esta falta de alternativas obliga a los ciudadanos, especialmente aquellos de clase media y alta, a recurrir al automóvil como su principal medio de transporte, creando un círculo vicioso de congestión, contaminación y disminución de la calidad de vida.

Además, la cultura del automóvil en América Latina y el Caribe está fuertemente influenciada por políticas públicas orientadas hacia el transporte privado. Durante décadas, los gobiernos locales y nacionales han priorizado la construcción de carreteras, pasos a desnivel y estacionamientos, mientras que han dejado en segundo plano la inversión en transporte público. Esto ha perpetuado la idea de que el automóvil es el medio de transporte más deseable. Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) destaca que los subsidios al combustible y las políticas fiscales que favorecen la compra de automóviles han contribuido a mantener altos niveles de uso del vehículo privado.
El crecimiento económico en varios países de la región durante los últimos veinte años también ha incrementado la capacidad de las personas para comprar automóviles. En México, el número de vehículos por cada 1,000 habitantes aumentó de 275 en el año 2000 a 400 en 2020, según datos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT). Este fenómeno no solo está ligado a la mejora del poder adquisitivo, sino también a la falta de alternativas de transporte atractivas. Muchos nuevos compradores de automóviles son ex usuarios de transporte público que buscan mayor comodidad y autonomía.
Sin embargo, el costo social y ambiental del uso masivo del automóvil en América Latina es alarmante. El Banco Mundial estima que el 5% del PIB de la región se pierde cada año debido a la congestión vehicular, los accidentes de tráfico y la contaminación. En ciudades como Bogotá, el promedio de tiempo que una persona pasa atrapada en el tráfico diariamente es de 94 minutos, una de las cifras más altas del mundo, lo que afecta no solo la productividad, sino también la calidad de vida de los ciudadanos.
A nivel ambiental, el uso excesivo del automóvil contribuye significativamente a las emisiones de gases de efecto invernadero. El transporte representa aproximadamente el 15% de las emisiones totales de CO2 en América Latina, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). La alta dependencia del automóvil en la región no solo incrementa las emisiones de carbono, sino que también empeora la calidad del aire, especialmente en áreas metropolitanas densamente pobladas. El 71% de los latinoamericanos respira aire contaminado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo que genera graves problemas de salud pública.
La cuestión de género también es un factor importante al analizar el uso del automóvil en América Latina. En muchas ciudades, las mujeres dependen más del transporte público que los hombres. Sin embargo, los sistemas de transporte público no suelen considerar las necesidades específicas de seguridad y accesibilidad que las mujeres requieren. Esto ha llevado a un incremento en la preferencia por el automóvil entre las mujeres de clase media y alta, quienes priorizan la seguridad y el confort sobre el uso de transporte colectivo.
Como urbanista, resulta crucial proponer soluciones que desincentiven el uso excesivo del automóvil y promuevan formas de transporte más sostenibles. Esto incluye la implementación de sistemas integrados de transporte público que sean accesibles, seguros y eficientes, así como la inversión en infraestructura para modos de transporte no motorizado, como la bicicleta y el caminar. Además, es necesario fomentar políticas de desincentivación del uso del automóvil, como peajes urbanos, impuestos al combustible y reducción de los espacios de estacionamiento en zonas céntricas, tal como se ha implementado con éxito en ciudades como Santiago de Chile y Bogotá.
En resumen, la alta dependencia del automóvil en América Latina y el Caribe es el resultado de una combinación de factores históricos, económicos, culturales y de políticas públicas. Para romper con este ciclo, es fundamental reorientar las inversiones hacia el transporte público y promover un cambio cultural que priorice la movilidad sostenible y equitativa en nuestras ciudades. La creación de ciudades más densas, caminables y bien conectadas no solo reducirá la dependencia del automóvil, sino que mejorará la calidad de vida de millones de personas en la región.